lunes, 14 de septiembre de 2009

ROBOTS, ANDROIDES, CYBORGS.


Sentada en la entrada de su casa contemplaba sin cambiar de expresión la voluminosa caja que dos fornidos empleados habían depositado cuidadosamente junto a varios pequeños paquetes con piezas e instrucciones. Por fin su sueño se hacía realidad, no podía creerlo. Le había costado mucho tiempo decidirse a comprar un androide pero después de dos matrimonios fracasados que le habían dejado en la más completa soledad pensó que la idea no era descabellada y teniendo en cuenta la bajada de los precios y los consejos de algunas amigas que estaban encantadas con los suyos decidió dar el paso y comprarse uno a plazos.

La decisión resultó ser magnífica, el androide además de ser bien parecido en su diseño incorporaba varios programas diferentes que le hacían la vida muy feliz. Era capaz de recoger la cocina, barrer y limpiar la casa, bajar el cubo de la basura, establecer un sistema de vigilancia y acompañarla por la noche sentado en un sillón del dormitorio desde el que le arropaba con música suave, sonidos de la naturaleza o cualquiera de sus películas preferidas, además todo esto podía controlarlo cómodamente desde su ordenador portátil.

Esta podría ser una de las innumerables formas de comenzar un cuento de ciencia-ficción en los años sesenta y setenta excepción hecha del último párrafo sobre ordenadores porque por entonces ni siquiera a los escritores de éste género se les pasó por la imaginación el vuelco que el mundo iba a dar tras la explosión de la industria del ordenador personal a mediados de los años setenta.

Arranca el dos mil siete con las expectativas de los entendidos en la materia de que éste sea el año en que la robótica dé ese paso gigante que, al igual que ocurrió con la informática, haga de los robots otra parte esencial de nuestra vida diaria.

Pero volvamos por un momento a la edad de oro de la ciencia-ficción y dentro de ella a los robots. Se podría definir la palabra robot como cualquier herramienta mecánica capaz de moverse y realizar alguna tarea física, bien actuando como objetos móviles, manipuladores en el caso de herramientas industriales o con la capacidad de poder ser adaptados para diferentes tareas.

La palabra robot de origen checo fue popularizada en 1921 por el escritor Karel Capek pero a la mayoría de los amantes de la ciencia-ficción nos llegó a través de las novelas de Isaac Asimov, Arthur C. Clark, Philip K. Dick o Theodore Sturgeon por citar alguno. Pero fue sin lugar a dudas Isaac Asimov el que en su novela I Robot cambió nuestra percepción de los robots para siempre a través de las tres leyes que aplicaban a todos éstos mecanismos:
1 - Un robot no puede dañar a un ser humano o ponerle en peligro por falta de asistencia.
2 - Un robot siempre debe obedecer las órdenes de un ser humano a no ser que vayan en contra de la primera ley.
3 - Un robot debe de proteger su propia existencia siempre que ello no entre en conflicto con la primera o segunda ley.

Asimov describe en I Robot la crónica del desarrollo del robot desde su primitivo origen hasta su futura perfección en la que el propio ser humano puede quedar desplazado.

En realidad sería más exacto hablar de androides para la mayor parte de los robots descritos en la ciencia-ficción, el androide es un robot de forma humana en el que al menos se puedan distinguir el conjunto de cabeza, tronco y extremidades situadas en sus lugares correspondientes. Pero de ningún modo debemos de confundirlos con los cyborgs.

La palabra cyborg se utiliza para describir a una criatura medio orgánica y medio mecánica generalmente con el propósito de mejorar las capacidades del organismo utilizando tecnología artificial. Se empezaron a desarrollar estas ideas en los años sesenta cuando se vio la necesidad de establecer una relación más íntima entre los humanos y las máquinas a fin de que el hombre pudiera afrontar los nuevos horizontes del espacio, la vida en otros planetas. En realidad si echamos un vistazo a nuestra vida cotidiana las tecnologías ya han comenzado a convertirnos en cyborgs, una persona a la que se le haya implantado un marcapasos podría considerársela un cyborg pues no podría vivir sin ese componente mecánico, y lo mismo aplicaría a los implantes de las evolucionadas prótesis de piernas y brazos, cables y piezas artificiales para reparar partes internas del organismo.

Para resumir podríamos decir que el señor Schwarzenegger, gobernador actual de California, sería en su condición de Terminator un robot androide y en su vida real, ahora que se ha roto el fémur esquiando y han tenido que implantarle una prótesis, un magnífico cyborg.

El mundo de la robótica está todavía en los albores de su existencia aunque llevan funcionando algún tiempo en ciertas industrias como la del automóvil, la retirada de objetos peligrosos, exploración interior de tuberías, juguetería y en algunas aplicaciones médicas. Pero se enfrenta a problemas básicos de difícil solución que están idealmente superados en los libros de ciencia-ficción.

Tres de los principales son el reconocimiento visual, la navegación y la capacidad de la máquina para aprender. Hacer posible que un robot distinga entre una puerta o una ventana es una tarea sumamente ardua, la habilidad de orientarse en una habitación, reconocer objetos de varios tamaños, responder a un sonido o la apreciación de texturas diferentes son problemas muy difíciles de solucionar.

Recuerdo haber visto mi primer robot en los años ochenta en el hospital de Stanford, se trataba de un carro cargado de medicinas y aparatos provisto de sensores que podían reconocer las paredes de los pasillos y responder a la llamada de un médico o enfermera situado a cierta distancia, el carro rodaba despacio de un pasillo a otro y yo le miraba sorprendido y alborozado mientras el personal del hospital iba a sus asuntos sin prestarle ninguna atención.

En el 2004 la organización DARPA puso en marcha la primera competición de automóviles robots en el intento de rodar por si mismos a través de 142 millas de terreno accidentado en el desierto de Mojave, el mejor de ellos consiguió viajar 7,4 millas antes de fallar del todo. En el 2005 cinco vehículos completaron el recorrido y el vencedor lo hizo a un promedio de 19,1 millas a la hora.

Los problemas que enfrenta la industria robótica son muy parecidos a los que tuvo que solventar la de los ordenadores personales hace ya treinta años, hasta el momento la falta de protocolos comunes hace que cada grupo que intenta poner en marcha un proyecto tenga que hacerlo partiendo de cero. Microsoft creó en los años setenta para los ordenadores personales un lenguaje de programación BASIC que hizo posible que un módulo de hardware pudiera entenderse y funcionar con otro.

Otro de los problemas es la concurrency que podríamos traducir como concurrencia o coincidencia. Los robots trabajan principalmente con sensores que analizan las condiciones ambientales de su entorno, envían la información al procesador de datos que de acuerdo con su programación da órdenes al motor o motores de la máquina. Pero si la lectura de uno de los sensores indica que la máquina está llegando al borde de un precipicio y el programa está aún procesando otro tipo de datos es muy posible que la respuesta no llegue a tiempo a las ruedas y el artefacto se precipite al vacío.

Sin embargo si el programa está escrito con trayectorias de datos separadas para cada sensor éstos pueden mandar rápidamente la información y hacer que el robot ponga los frenos antes de que sea demasiado tarde.

El bajo coste de la memoria así como el de los sensores está haciendo posible disponer de mucha mayor capacidad en los ordenadores personales para procesar tareas tales como la navegación o el reconocimiento visual.
Una pequeña ojeada al mundo de la ciencia-ficción y en éste caso al de los robots nos muestra que el camino de la realidad es mucho más difícil y problemático que el vislumbrado en esos libros que tantas horas de sueños y de asombro nos han proporcionado pero una cosa es segura: la realidad siempre supera a la ficción, aunque para ello se necesite tiempo y esfuerzo.
28.12.06
San Francisco - J. L. Medina

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