martes, 15 de septiembre de 2009

BREVE ESTANCIA EN ANDALUCÍA.







Antiguamente para tomar la carretera de Andalucía saliendo desde el pueblo de Colmenar Viejo había que atravesar todo el centro de Madrid desde la Plaza de Castilla hasta la de Carlos V o Atocha. Ahora a la altura del pueblo de Fuencarral se toma a la derecha la entrada de la M-40 que rodea todo Madrid hasta dejarte al comienzo de la ruta andaluza. Está bien, se evitan los atascos del centro de Madrid pero también se da una enorme vuelta por los pueblos periféricos que naturalmente no atraviesa la autovía pero que se ven aquí y allí rodeados de núcleos de colmenas de ladrillo que han brotado por todo el monte bajo que tiene de telón de fondo la Sierra de Guadarrama.
Madrid ha crecido desmesuradamente en su periferia, no sé si esto es bueno o malo, crea más puestos de trabajo o no en esas ciudades artificiales de la diversión, las macro superficies del consumo, las pistas de nieve artificial, los campos de golf y otras cosas que desconozco. Lo que sí sé es que ya no forma parte de mi pequeño mundo con el que durante muchos años me sentí identificado y que ahora no me dice nada ciertamente porque ya no formo parte de él. Todo me resulta ajeno y casi desconocido y si alguna vez conduzco de noche por esas autovías pierdo por completo el vínculo que presumiblemente debería hacerme familiar el territorio que piso y tengo la sensación de estar en un lugar indefinido que podría ubicarse en Francia, Alemania, Italia, en cualquier parte.
Hemos decidido salir hacia Andalucía el domingo por la mañana, de esa forma el tráfico es mínimo y se circula con soltura, hace un día soleado, frío y el coche rueda alegre por los diversos tramos de autovía y autopista que hay en las cercanías de Madrid. El paisaje es árido y triste, siempre lo ha sido pero ahora se le añade la barbaridad de esas horrendas ciudades dormitorio ahogadas en su propio confinamiento de pisos todos iguales, de miles de ventanas alineadas, cubículos individuales que no podrían estar más juntos, pesadillas de la especulación que encierra a las familias en un desmonte pelado y triste como si se tratara del penal más vigilado, como islas yermas en un océano de abrojos, cardos y malas hierbas que se multiplican hacia el horizonte desdibujado de un Madrid sucio por la contaminación.
A medida que nos alejamos el campo aunque austero recobra una cierta alegría, no parece tan enfermo, se abre en grandes extensiones de color pardo salpicadas de viñas y tierras de labranza. A partir de Puerto Lápice tenemos ya una sensación clara de ir hacia el sur, Valdepeñas, Santa Cruz de Mudela, Almuradiel, pasado el Puerto de Despeñaperros, Santa Elena, Las Navas de Tolosa, paramos en La Carolina a comer.
El restaurante Orellana Perdiz está en la misma autovía lo que hace que esté siempre muy concurrido, dispone de varios salones de mediano tamaño y nos sientan en uno de ellos en la única mesa disponible en ese momento, miro alrededor y la gente come y fuma entre plato y plato. Este asunto del fumar es algo que logra amargarme cualquier cosa que esté haciendo. Ya no me quedan energías para entrar en discusiones sobre los derechos de los fumadores y no fumadores, es evidente después de las leyes establecidas sobre esta faceta de la convivencia que los fumadores tienen muy claro que no van a pensar en el no fumador que tienen al lado haciendo uso de un cierto sentido común hacia los que sufren la agresividad del tabaco. Mientras que en algunos países hay un cierto respeto en España la gente sigue fumando su habano tan campante mientras el no fumador toma el primer plato, el segundo y el postre entre grandes vaharadas de puro o cigarrillos que engulle junto con sus alimentos.
Nos levantamos y el camarero nos dice que ese salón es de fumadores, que tienen otros dos para no fumadores y que tendremos que esperar un poco. Así lo hacemos y no pasa mucho tiempo para que nos den una mesa en el alivio de una atmósfera bastante limpia. Carol toma sopa de picadillo y carne con tomate, por mi parte un consomé y judías verdes. De nuevo en el coche disfrutamos de los campos andaluces y la belleza de la puesta de sol llegando ya anochecido a Carmona.
El parador que ocupa lo que fuera en el siglo XIV alcázar árabe del rey Don Pedro se sitúa en lo más alto del cerro que domina la vega del río Corbones, una espectacular vista que se puede disfrutar desde su amplia balconada. Dentro de su recinto amurallado el parador está rodeado de zonas ajardinadas, un patio interior con una preciosa fuente mudéjar, artesonados de azulejería sevillana, tapices y antigüedades así como un amplio refectorio habilitado como comedor.
Tomamos un oloroso acompañado de unas aceitunas en el bar y cenamos en la paz de una estancia casi vacía, salmorejo y alcauciles con jamón acompañado de una botella de Barbadillo. Al fondo se aprecia el tenue bisbiseo de un par de parejas de ingleses y enfrente de nosotros un grupo de japoneses cenan en el silencio más profundo cada uno perdido en sus propios pensamientos.
La luz de la mañana nos hace levantarnos para abrir de par en par la ventana al valle que se abre en todas direcciones desde la elevada meseta en la que se sitúa la vieja Carmona. Hoy, como ocurre en casi todas las ciudades y pueblos se conserva una zona antigua en la que la gente convive con la historia entre calles estrechas difíciles para la vida actual y otra moderna en la periferia donde el ordenamiento urbano está pensado para el tráfico, los desplazamientos rápidos y los servicios cada vez más necesarios para una población en constante crecimiento.
El término municipal de Carmona estuvo habitado hace al menos un millón de años, de la edad de Bronce y Hierro florecen nuevas comunidades étnicas, Tartesios que dominan todo el territorio y Fenicios, principalmente Tirios que fundan Cádiz para establecer el comercio por Andalucía siendo Carmona por su situación geográfica en el bajo Guadalquivir un lugar estratégico desde el cual se controlaban las rutas del comercio.
Los Cartagineses al mando de Amílcar Barca irrumpen en la Península Ibérica en el 237 antes de Cristo que inicia una etapa turbulenta que culminará en la II Guerra Púnica y la conquista romana. La romanización de toda Hispania supone un proceso lento de adaptación y transformación que afectará a toda la cultura, organización social, económica, religiosa y a la lengua.
La Puerta de Sevilla erigida por los cartagineses fue modificada por los romanos, la Puerta de Córdoba fue construida y reformada en tiempos de Augusto o Tiberio. Los vestigios romanos parecen ser difíciles de encontrar por haber sido muchas de las obras urbanas reutilizadas por los musulmanes.
Tras el desembarco de Tariq en el 711 la ciudad debió de seguir el ritmo de la historia de Al-Andalus, la élite hispano-visigoda es sustituida o asimilada por la estructura estatal islámica. Desde el siglo VIII hasta el fin del Califato de Córdoba Carmona llega a una islamización total de la población. En el 1091 penetran los Almorávides que acaban con los reinos de Taifas unificando el territorio de Al-Andalus pero al mismo tiempo el avance cristiano se traduce en incursiones militares que terminaría con la conquista cristiana en 1247.
Tras la toma de Carmona, Fernando III permitió a los musulmanes conservar sus propiedades y mantener sus residencias. Una mayoría de musulmanes queda sometida por una minoría de cristianos. Alfonso X renovó los fueros municipales de Carmona, a su muerte su situación estratégica le hizo ser objeto de las razzias de los benimerines, en medio de este clima agravado en 1348 por la peste negra se inaugura el reinado de Pedro I ( 1350 - 1369 ) que será positivo para Carmona. Muerto el rey Carmona soporta el asedio de Enrique de Trastámara hasta la capitulación de 1371.
El poder municipal es monopolizado de forma hereditaria por ciertos linajes, luchas políticas entre la monarquía y la nobleza, guerra civil a resultas de la cual es depuesto Enrique IV. El reinado de los Reyes Católicos traerá a los corregidores, funcionarios de la corona, que terminarán con la autonomía municipal. En esta etapa Carmona adquiere muchos de los rasgos de su fisonomía actual. Se establecen los barrios de Santa María, Santiago, San Salvador, San Blas, San Felipe y San Bartolomé intramuros. Y fuera de las murallas los de San Pedro del Arrabal y San Mateo del Arrabal.
El siglo XVI es el siglo de las grandes fundaciones monásticas y el XVII el de las grandes casas nobiliarias, la mayoría de estilo barroco. En la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX, Carmona alcanza cierto grado de industrialización, fábricas textiles, oleícolas, harineras, panificadoras, etc.
Salimos al exterior de las murallas del parador y vamos a dar un paseo por las calles que se entremezclan en un laberinto en el que nos topamos con la blanca fachada de la iglesia de San Blas, el Museo de la Ciudad que tiene su portalón de entrada en la esquina de un espléndido edificio barroco, el palacio de los Rueda y el del Marqués de las Torres, el Convento de la Concepción, de la Trinidad, las ventanas adornadas de estuco y maderas labradas, los patios interiores con naranjos, plantas y árboles de sombra, los ocres y blancos, los listelos azules y los azulejos multicolores.
En medio de la calle y mientras sacamos algunas fotos, dos monjas que caminan por la acera se paran a hablar con un joven, no puedo casi oír lo que dicen pero en un momento dado el muchacho ríe y les dice a las monjas—¡Hermanas, que estamos en el siglo veintiuno!— . Y ellas le miran calladas y sonríen.
Al mediodía enfilamos hacia Algeciras, a eso de las tres nos apartamos de la autovía en busca de una gasolinera anunciada, pasamos por debajo de un puentecillo y seguimos unos minutos por un camino estrecho hasta llegar a una pequeña gasolinera, una vez repostado vemos un poco más allá unos arbolillos bajo los cuales hay una pequeña venta o chiringuito, como tenemos hambre nos dirigimos allí y aparcamos al lado de algunos camiones que parecen ir y venir de una cantera cercana. Es una casita baja con dos bancos en la entrada y una parra polvorienta, sobre la puerta un cartelito "Venta San Francisco " el humilde local está provisto de una barra que atiende un chaval joven de gracejo andaluz, una pequeña cafetera y unas cuentas bolsas de patatas fritas apiladas contra una pared encalada de la que cuelgan por todo adorno unos cuantos chorizos blanquecinos, un par de salchichones y una paletilla de jamón a la que las repetidas incisiones del cuchillo han dejado el hueso al aire. Al fondo una habitación desnuda llena de mesas y sillas de formica en donde se sirven comidas.
En una esquina de la barra toman café dos obreros y a mi derecha un paisano metido en años sujeta un botellín de cerveza entre unas grandes y oscuras manos correosas por la edad y la intemperie. Preguntamos si podemos comer algo y se nos dice que ya terminaron de servir comidas pero que nos pueden poner una tapa de pollo guisado con patatas fritas y una ensalada. A lo ofrecido se añaden unas cervezas con aceitunas aliñadas de la región, pan y dos tenedores con los que damos cuenta del sabroso plato mientras tratamos de entender la animada conversación de los dos obreros que hablan con un profundo acento andaluz.
Continuamos hacia Algeciras sorprendidos por la belleza del campo, el verdor, los árboles, el paisaje idílico que ya cerca de Algeciras se trasforma en un bosque casi impenetrable de molinos eólicos, aerogeneradores, aerobombas o como quiera que se les llame a esta pesadilla que hubiera podido padecer Don Alonso Quijano en el duermevela de las armas y que parecen representar el epítome de las energías limpias, la estética, el famoso " crecimiento sostenible " y en definitiva el buen rollito. No puedo opinar sobre la eficiencia de estos estafermos alados, ni si es el futuro o la respuesta al calentamiento global y la alianza de las civilizaciones, lo único que puedo decir es que a mi me parecen una pesadilla que me corta el resuello.
Y llegamos a Algeciras que se sitúa en el interior de una amplia bahía con el río Palmones que la separa del municipio de Los Barrios al norte y el Arroyo del Pilar del municipio de Tarifa al sur. El frente marítimo está en contacto con las aguas de la Bahía de Algeciras y las del Estrecho de Gibraltar. Está estratégicamente situada en sus comunicaciones con África estando a un paso de Tánger, formando parte del campo de Gibraltar y siendo la mayor zona industrial de Andalucía con el puerto y tráfico de contenedores.
Entramos en la ciudad dirigiéndonos al hotel Reina María Cristina que se abrió en 1901 por el señor Alexander Henderson un inglés que realizó la construcción del ferrocarril de Bobadilla a Algeciras encargado por el gobierno español. El hotel, señorial, agradable, con grandes jardines salpicados de palmeras fue desde su comienzo posada para aristócratas españoles e ingleses y personalidades internacionales. Durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial el hotel estuvo abierto sirviendo de hospedaje a muchos espías alemanes e italianos que controlaban el movimiento de buques en el Estrecho.
Nos vamos a cenar al barrio de Palmones en El Saladillo al restaurante "El Copo" donde tienen una estupenda sala para no fumadores que disfrutamos como únicos clientes. Tomamos unas tortillitas de camarones y gambas blancas de Huelva y de segundo fritura de pescado con ensalada de pimientos rojos, para beber una botella de Barbadillo bien frío.
Ya de vuelta en el hotel y en la cama pensando en los espías que ocuparon estas mismas habitaciones en la Segunda Guerra Mundial me las tengo que ver con un impertinente mosquito que me hace la vida imposible, me levanto varias veces pero no consigo dar con él, sin embargo al poco de apagar la luz me ataca de nuevo como si se tratara de un Spitfire inglés, me tapo con la sábana hasta que tengo que emerger por falta de aire y ahí está de nuevo esperándome seguramente regocijándose de no dejarme dormir.
Por la mañana vamos a ver Gibraltar. Aquí quedaría bonito escribir algo sobre el Tratado de Utrecht de 1713 que reconocía la posesión británica del peñón e incluso se podría argumentar hasta caer en un profundo sopor sobre los tiras y aflojas de los gobiernos español y británico y luego cantar eso de "Gibraltar, Gibraltar, avanzada del pueblo español…" pero el caso es que no parece tener mucho sentido cuando por parte de los españoles el concepto de patria se ha diluido tanto que hasta queda mal fotografiarse cerca de la bandera y nadie piensa más que en la independencia de su pueblo. De todas formas me hago la siguiente reflexión: ¿ Qué pasaría si el caso fuera al revés? ¿ Si fuera España la que sostuviese un territorio en suelo británico, esgrimiendo todas las armas legales, en alguna de esas islas cercanas o en la misma costa inglesa? Sí, yo también pienso lo mismo: nos habrían echado a patadas hace ya tiempo, con derecho o sin él.
Al pasar los controles británicos y comenzar a andar hacia el centro urbano pasando por el cemento de la pista de aterrizaje porque el territorio no da para más, el tráfico, la contaminación, la suciedad y los pingos colgando de casuchas que se desmoronan son la tónica dominante. Llegamos a la calle principal en donde todo son tiendas libres de impuestos, digo yo, antes al menos se llamaban así, tabaco, perfumes, cámaras fotográficas, relojes, joyas, chocolates ingleses…mucha gente subiendo y bajando por la calle que constituye la arteria principal que desemboca en una plaza con algún restaurante, cafés y bares. Los llanitos, como se autodenominan en el Peñón, se dividen entre los que son bilingües y los que no parecen poder explicarse ni en inglés ni en español, que da la sensación de ser la mayoría, y te sueltan una jerigonza compuesta de un chapurreado que incluye dos palabras inglesas y tres españolas, eso sí, con vigoroso acento andaluz. Y por supuesto están profundamente orgullosos de pertenecer al Reino Unido.
Naturalmente pasa poco tiempo sin que seamos asaltados por el propietario de una furgoneta que nos fija un precio para llevarnos de hito en hito subiendo y bajando por la estrecha carretera que sube a lo más alto de la roca. Es una gran idea porque de otro modo no hay forma de hacer la visita, nuestro amable conductor y guía es uno de los que pertenecen a la escala bilingüe y opta por hablarnos en inglés desde que comenzamos la excursión.
Merece mucho la pena, además de saludar a los monos que mordisquean frutas indolentemente a lo largo de las paradas, de dar una vuelta por los túneles que otrora sirvieran a los soldados para sostener sus posiciones y echar un vistazo a las estalactitas, podemos recrearnos en la magnífica contemplación del estrecho, la geografía estratégica de la zona, la entrada de los barcos, la anchurosa vista del mar, el campo de Gibraltar y la cercanía del Atlas sobre la costa africana, las brillantes aguas azules y el deslumbrante sol que desborda de luz el horizonte en todas direcciones.
Los ingleses, que tienen la enorme y rara virtud de hacerse importantes en el mundo entero sin comprometerse nunca a nada, aceptan la moneda europea pero las máquinas te devuelven el cambio en libras, con lo que te dejan con un palmo de narices porque qué rayos vas a hacer con todas esas monedas sobrantes: comprar chocolates, galletas o lo que sea para gastarlo todo. Está claro.
Dejamos Gibraltar con el pleno convencimiento de que una visita en la vida es más que suficiente y que por nuestra parte se pueden quedar el peñón hasta el ocaso de las civilizaciones o el día del Juicio Final por la tarde. Que les aproveche.
Salimos hacia San Roque y decidimos seguir a Zahara de los Atunes, paramos en un pinar solitario cerca del mar y nos comemos las sobras de la fritura de pescado que casi no tocamos la noche anterior, chopitos, acedías, pescadillas, boquerones, salmonetes con un par de cervezas, hace una tarde soleada y se oye el rumor del mar y la suave brisa nos trae el perfume de los pinos. Mientras comemos en silencio un escarabajo pelotero empuja su bola con gran resolución salvando todos los accidentes del terreno, de vez en cuando se para, retrocede, se pone de nuevo en movimiento. Prolongamos un poco más la estancia después de comer acariciados por el sol y nos ponemos de nuevo en marcha, al salir al camino vuelvo la vista y allí sigue el escarabajo yendo de un lado para el otro empujando su pelota.

De camino a Zahara de los Atunes los molinos eólicos generadores de electricidad brotan como hongos después de la lluvia, están por todos lados, rompen el paisaje con sus aspas sin que puedas descansar la vista en los montes o el mar. Supongo yo que el precioso nombre de Zahara de los Atunes tendrán que cambiarlo en breve por Zahara de los Molinos o Zahara de los Eólicos, porque atunes ya quedan desgraciadamente muy pocos y los que quedan caen en manos de los Japoneses que son artistas consumados en eso de esquilmar el mar.
El pueblo de Zahara de los Atunes está creciendo a ojos vista, de momento parecen tener en consideración las alturas aunque las nuevas avenidas, los hoteles, las piscinas han dado ya al traste con lo que era aquél pueblecito casi olvidado en la extensa playa frente al mar y el levante del estrecho. Puede que la construcción se frene ahora que se ha hundido el imperio del ladrillo y de un respiro a una de las últimas zonas de España que quedaban en su estado natural o al menos se ralentice durante algunos años más la inexorable expansión.
Decidimos al final irnos a Mazagón para lo cual tenemos que volver a subir hacia Sevilla para luego bajar a Huelva, el sol se oculta en el horizonte dejando una gran mancha roja sobre el cielo que nos acompaña hasta que ya de noche llegamos al parador de Mazagón.
Allí nos vamos a quedar unos días haciendo pequeñas salidas a Almonte, El Rocío, Palos, La Rábida y algún paseo en la periferia de Doñana. El resto del tiempo descanso y lecturas. Hay mucha tranquilidad, sol y la playa desierta enfrente de nosotros recibiendo la marea en la que los chorlitejos patinegros y las gaviotas corretean y se zambullen en su incesante ir y venir entre la arena y el agua.
San Francisco
25.01.09
J. L. Medina

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