Mirando por encima las noticias de España esta mañana leí que ha fallecido la actriz Emma Penella. Tenía setenta y siete años y al parecer ha muerto por complicaciones debidas a la diabetes.
Mucha gente joven la recordará por la serie de televisión "La estanquera de Vallecas" y aún más recientemente por otra serie "Aquí no hay quien viva". De la primera no se nada porque me pilló viviendo en el extranjero, de la segunda he visto algunos episodios en los que al principio no la reconocí hasta que un día viendo el reparto distraídamente me fijé en su nombre y enseguida la busqué entre los actores y allí estaba ella, convertida ya en una abuela pero con los mismos ojos que en su juventud.
En el periódico han puesto cuatro o cinco fotos demasiado recientes y un bosquejo de su vida artística, hoy los reporter Tribulete no tienen tiempo para más o quizás piensan que no merece la pena extenderse, hay tal aluvión de información que paradójicamente las noticias dejan de ser noticia cuando se convierten en noticia.
Por otro lado a las nuevas generaciones en general no les llama mucho la atención los acontecimientos previos a su despertar al mundo o quizás no se les ha pertrechado a través de la educación con las suficientes herramientas para interesarse por ellos.
Esto me recuerda que estando el otro día con la hija de unos amigos, bilingüe, estudios superiores, conocedora del mundo desde su tierna infancia, nos enzarzamos en temas sobre la Segunda Guerra Mundial y salió a relucir Pearl Harbor, se quedó mirándome y me preguntó mientras clavaba en mi pupila su pupila azul: ¿qué es eso de Pearl Harbor?.
Pero volviendo a Emma Penella, de repente me he acordado de mis años infantiles, del cine Montija en Cuatro Caminos, refugio de mis soledades, de tantas tardes del gélido invierno madrileño que por una peseta nos proporcionaba a los chicos del barrio un lugar caliente donde pasar la tarde, con la merienda de pan con membrillo y el olor a pies mezclado con el Ozonopino Rui-ram que el acomodador esparcía arriba y abajo por las filas de butacas ocupadas por aquella muchedumbre a medio lavar.
Allí, en la oscuridad de la sala, asistía al espectáculo en blanco y negro de una España en entregas de hora y media que en muchas ocasiones era calcada a la España real también en blanco y negro pero mucho más larga en el tiempo y las penurias.
Vi por primera vez a Emma Penella en la película de Manuel Mur Oti, Fedra, que Séneca escribió hace más de dos mil años y que las autoridades consideraron clasificar, en esta versión de mil novecientos cincuenta y seis para el cine, como "gravemente peligrosa".
La verdad es que Emma Penella estaba para mojar pan, eran sus mejores años de juventud, a los chicos se nos caía la baba contemplándola. Yo no veía nada "gravemente peligroso" en aquellos ojos y aquel cuerpazo, a mi los que me parecían "gravemente peligrosos" eran aquellos tipos con gabardina que pululaban por lugares públicos con su bigotito fino y su aspecto de estar buscando a alguien para causarle una avería.
"El batallón de las sombras", "Cómicos" de Juan Antonio Bardem, "Los ojos dejan Huellas" y tantas otras, sus películas solían ser de pasiones soterradas, en esa época casi todo estaba soterrado, y los primeros planos de sus ojos decían más que novecientas películas eróticas.
Encajaba a las mil maravillas en el neorrealismo italiano que en España trataban de imitar a veces con bastante acierto como en El Pisito, Plácido o La vida por delante, estuvo estupenda en El Verdugo que bordó Berlanga a la altura del mejor Roberto Rossellini, en sus papeles de rompe y rasga, con su belleza española pintada tantas veces por Goya y su gracia chulesca en papeles de pobretona maciza pero honrada.
Era una belleza rotunda, una real hembra, que se decía por entonces, con un cuerpo algo metido en harina, más cerca de Rubéns que de Modigliani. Era en algunos de sus papeles una jaca indomable que daba la sensación de que para montarla había que ser un jinete muy macho y muy ducho.
Era el fiel reflejo de muchas amas de casa de mi barrio, mujeres ajetreadas por la vida que solía ver en el descansillo preparando el brasero o en la plaza disputando con los tenderos siempre dispuestas a ponerse en jarras para defender su territorio y que luego, en una fiesta, en un bautizo o boda, con un poco de carmín en los labios y un vestido sencillo rompían la crisálida convirtiéndose en bellezas deslumbrantes por un día.
En fin, recuerdos del Montija, de otra época que pasó y entró en el olvido, de la que sólo queda un rescoldo en aquellos que la vivimos.
La belleza de la mujer hoy, como tantas cosas, se hace a la medida, se estampa en un troquel, todas salen iguales, perfectas, sublimes, pero ¿Porqué no me dicen nada? ¿Porqué me parecen insípidas?
Descanse en paz Emma Penella, que nos aportó a los niños de entonces la pasión por el erotismo, en un tiempo de horribles escalofríos anímicos, de almas cubiertas de hielo, de represiones y penuria vivencial.
31.08.07
San Francisco
José Luis Medina
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