lunes, 14 de septiembre de 2009

¿ENGORDA EL AMOR?



Trabajaba la otra tarde rutinariamente en el ordenador cuando al ir a buscar una dirección en la agenda topé con el nombre de un buen amigo al que hacía ya mucho tiempo que no veía.
Me dije mentalmente que tenía que llamarle pronto y tomándome un descanso me fui a la cocina a por algo de beber y me puse a pensar en él.
Recuerdo cuando quedamos para tomar unas copas en un bar al que solíamos ir de solteros y eso me hizo pensar que algo grave ocurría porque era en aquel lugar y no en ningún otro donde habíamos intercambiado los momentos más importantes de nuestras vidas.
- Me he separado de mi mujer - me dijo con semblante triste.
- ¡Pero si erais la pareja perfecta!
- Ya no encontraba en ella ningún consuelo...
Mi amigo y su mujer llevaban varias décadas juntos, desde las carreras por las calles del centro enarbolando la bandera de la ceneté con el vuelco de algún seiscientos en plan barricada hasta los viajes a Cancún y las escapadas a Tailandia se habían comprado su propio piso en franca huída de la comuna de Lavapiés donde compartieron el pan y cebolla, más bien pan y chopped, ingresado de pleno derecho en la sociedad de consumo, contribuido al baremo demográfico con dos hijos, entrado por el aro del buga de alta gama y en el proceso añadido a sus esqueletos el caché de unos cuantos kilitos de más que sus buenos duros les habían costado. Eran la imagen de la felicidad conyugal, apacible y serena, disfrutando de todos los encantos que podía ofrecer la vida.
Pero de la noche a la mañana ¡zás! se dieron cuenta de que no se aguantaban más, que se habían convertido en dos perfectos desconocidos, que el tejido cósmico de su amor estaba roído por todas partes que para qué te cuento y se les hacía polvo entre los dedos. No es que se les hubiera roto el amor de tanto usarlo, como dice la copla, si no que estaba descolorido y anticuado y necesitaba una manita de algo que le rejuveneciese pero ninguno de los dos tenían ganas de levantarse del sillón a por la brocha.
En el transcurso de los meses me enteré de que tenían muy avanzados los papeles del divorcio, él se había mudado a otro apartamento y de ella no sabía nada hasta que un día me la crucé en la calle con dos amigas y en el breve encuentro pude comprobar que había adelgazado hasta la belleza frágil de los años anarquistas. Su cuerpo parecía más joven pero su cara y sus ojos reflejaban la tristeza del olvido, la ausencia de esos rasgos que modela la vida en el semblante a través de los años, que imprimen la personalidad y que parecían haberse convertido en humo dejando sólo un velo impersonal, frío y vacuo.
De mi amigo tengo que decir que, de acuerdo con lo que me informó su hija, resulta que se había liado con su secretaria en cuanto percibió el profundo aburrimiento que le producía vivir con su mujer, ni siquiera se tomó la molestia de buscarse una aventura un poquito más original o un poco más lejana, y que después de los ardores y combates cuerpo a cuerpo de los primeros encuentros todo quedó en agua de borrajas volviendo ella a su marido y a sus hijos y él a su nuevo domicilio donde después de ver el telediario se metía en la cama porque la cosa no daba para más.
A partir de entonces mi mujer y yo hemos salido con mi amigo y su mujer en varias ocasiones, porque nunca han llegado a divorciarse, cada uno vive su vida aparte y quedamos en la puerta de algún restaurante adonde ellos acuden provenientes de lugares distintos. Mi amigo ha ido progresivamente perdiendo peso y la última vez que le vi estaba tan delgado que casi no le reconocí, parecía más joven y también más triste.
A los postres siguen hundiendo sus cucharillas en alguna dulce fruslería compartida, como cuando eran novios, para dividir las calorías supongo aunque maldita falta les hace porque ambos están entecos como la momia de Gerona. Luego, cuando de nuevo salimos a la calle y nos decimos adiós, cada uno toma un rumbo diferente, caminos que hacen en solitario.
Curioso esto del amor y el peso, aunque uno puede decir que el amor o mejor dicho el desamor adelgaza a ojos vista o todo lo contrario el desamor puede hacer que uno engorde hasta extremos impredecibles.
Lo que si parece cierto es que el amor ya no se concibe hoy como un producto de muchas calorías como lo era antes, una unión con todos los carbohidratos de ser para toda la vida, alto en el colesterol de aguantar juntos en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad. El amor tiende hoy, como todos los productos que encontramos en el mercado, a ser bajo en calorías, liviano en las sales y los azúcares del compromiso y la responsabilidad.
Y en un mercado en donde nacen cada día nuevos productos para paladares diferentes, también en el amor se actualizan, normalizan y se crean otras formas de amor que demostrarán en el curso del tiempo su capacidad de establecerse o no en las sociedades.
Puede que tenga algo que ver con todo éste rollo que se ha montado con la globalización y la externalización o sea esto que los modernos llaman outsourcing y que nos ha pillado a varias generaciones en bragas. Porque una vecina mía ha encontrado mucho más consuelo en un sudamericano suave y de hablar acogedor que en su bronco marido estepario. Y otro vecino, éste del cuarto, bebe los vientos por su nuevo amor tostadito del Brasil tratando de olvidar a la parienta celtíbera con mas cojones que el caballo de Espartero.
En esto de las batallas del querer he visto a través de los años muchos matrimonios cubiertos de profundas heridas por las cuchilladas de la traición y el rencor, desmochada la mesana, desgajado el velamen, las cuadernas abiertas del barquito de papel del amor que les hacia navegar por las procelosas aguas de la vida.
Pero yo no pretendo hablar del amor, es un tema demasiado serio, un tema que da escalofríos cuando piensas en él. Es algo incontrolable, una lotería impredecible, algo que puede fundirte en el otro y que puede acabar como el rosario de la aurora.
Algunas de las parejas amigas mías, que están más o menos en las mismas circunstancias, tuvieron un primer conato de renovación, se calzaron con todo el optimismo del mundo la segunda piel del gimnasio y allí se fueron a rebajar los kilos y aumentar las esperanzas de sentirse como hace veinte o treinta años. Después se echaron a la calle a por una segunda o tercera oportunidad tratando de que no pareciese que lo estaban intentando con demasiado empeño, de una forma patética.
Algunos han llegado a buen puerto y cada oveja con su pareja pastan alegres en un campo que vuelve a ser verde, tierno y jugoso aunque temiendo que de nuevo llegue la sequía.
Otros, divorcios o no, separaciones o no, siguen viviendo juntos, en la misma casa, algunos incluso en la misma cama aunque sólo para dormir y vivir sueños que no son compartidos. Se echan una mano con los hijos y van a pachas en el detergente de la lavadora. En todo lo demás, entran y salen cuando quieren, van de vacaciones o viajan con quien quieren y no hay explicaciones de ningún tipo excepto para la división de las tareas domésticas. En definitiva hacen de su capa un sayo. ¡ah! y siguen eternamente delgaditos y con la cara bastante triste. Han conseguido una relación baja en calorías.
Mientras tanto mi señora y yo seguimos gorditos y no hay manera. Mi único consuelo, mi única esperanza es que dure muchos años todavía.
J. L. Medina
San Francisco
22.11.06

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