lunes, 14 de septiembre de 2009

MARIANO.

El otro día a eso de las cuatro de la tarde, después de atizarnos un arroz que había preparado mi señora con mucho mimo, divagábamos acerca de la belleza del calamar en el sopor de la sobremesa cuando mi nuera nos llamó la atención sobre las ovejas de Mariano que en número de unas treinta volvían indolentes al redil.

Una de ellas iba rezagada, se paraba, miraba a un lado y al otro, se sentaba, se volvía a levantar y pasito a pasito continuaba volviendo a repetir la misma rutina.

Estará mala. Será una oveja modorra. Yo creo que está muy gorda. Las ovejas son bastante gilipollas. Íbamos diciendo por turno.
Alguien sugirió que estaba embarazada y a punto de parir.

En efecto, la oveja madre se sentó en el suelo y comenzó a parir como si tal cosa, apuntaba la cabecita del borreguito hacia la luz de este asqueroso mundo y nosotros sin mediar palabra nos precipitamos cámara en ristre hacia el campo de Mariano manteniendo una prudente distancia para no atosigar a la parturienta.

Fue un momento feliz, mágico, qué más se puede decir. El corderito se levantaba y se caía aún endeble, pero tenaz en su empeño no tardó en poder caminar junto a su madre que le lamía con ternura.
Por la calle oímos el ciclomotor de Mariano que como cada tarde subía a trabajar en la huerta y a atender a las ovejas.

¡Marianooooo, castaaaa, que has sido padre! Mariano es oriundo de Segovia, de Segovia y español, ha sido padre de muchas ovejas en su vida y no le da importancia, nos sonríe, le pega un par de chupadas a la breva que sostiene entre los dientes y después de charlar un poco con nosotros empuja el somier que le sirve de cancela y se va para el chamizo construido con puertas viejas, rejas oxidadas, más somieres y cachivaches que recoge en los contenedores o le traen los jubilatas merodeadores del "Corte Inglés" ( vertedero del pueblo en donde pasan el rato tan ricamente y se puede encontrar desde una pierna ortopédica, calcetín incluido, hasta uno de aquellos aparatos de porcelana para poner lavativas por la parte de atrás y que aún recuerdo de mi lejana infancia de Flechas y Pelayos ).

Conocí a Mariano hace unos dieciocho años, cuando nos mudamos de una de las pocas urbanizaciones que había por entonces a una casa en la linde norte del pueblo, recuerdo que estábamos colocando libros y quitando cajas de en medio y me asomé a ver quién llegaba en un Vespino con una balumba de cestos delante del manillar que me hizo pensar si aquel hombre se ayudaba con algún periscopio de cartón o adivinaba el porvenir. Llovía a modo y el campo estaba embarrado, se deslizó con el ciclomotor por el lodo con la facilidad de una Esther Williams haciendo esquí acuático y cuando se bajó del invento me quedé muy sorprendido al verle sacar un par de muletas de aquel montón y encaminarse con energía al chamizo que le servía de cobijo.

Volví a mis tareas pero al rato oí voces y fui corriendo a asomarme de nuevo. La escena la llenaba una señora, que luego supe era la costilla de Mariano, que bajándose de un cuatro latas y bajo una lluvia pertinaz le perseguía tirándole piedras mientras éste zigzagueaba haciendo equilibrios con los palitroques a fin de evitar la lapidación de la cónyuge. Pero no nos asustemos, he visto a Mariano comiendo bajo el cobertizo con su santa y la suegra durante muchos veranos en amor y compaña.

A partir de ahí nos hicimos enseguida amigos. Pasaba ratos sentado en la huerta charlando con él y enterándome de las miserias y grandezas de la alcurnia del pueblo a través de su incisivo verbo, cosa que de otra manera me hubiera sido imposible conocer al ser al fin y al cabo y a pesar de llevar mas de veinticinco años en el pueblo un advenedizo de la capital.

Bueno - me solía decir en las tardes de verano - me voy al Punto a ver el Canal Vegetal, todavía me dará tiempo para no perderme un par de toros.
El Punto es el bar donde se reúne con sus amigos todos los días, allí se bajan sus vinitos entre el acogedor y tan español olor a fritanga reconcentrada, estratificada en capas de grasa amarillenta desde los tiempos en que los romanos pasaron por allí camino de la Fuenfría.

Mariano es un hombre de recursos. A él todo le interesa si no pide pan o pide poco pan. Es un hombre, como tantos de su edad, que tuvieron un largo entrenamiento en la pobreza y la escasez de la interminable posguerra. Por eso, todo lo aprecia, todo le viene bien.

Una tarde al principio de los noventa apareció enfrente de mi casa un enorme camión de color rojo con un rótulo en letras amarillas ¨ Circo Universal ¨. Yo al instante me dije: - no me digas que Mariano va a dejar acampar un circo en el terreno de la huerta. El camión entró en la zona donde pastan las ovejas y se puso a la tarea de descargar una montaña de abono. Una montaña como el Pico de San Pedro. Estaba contemplando la neblina que se formaba alrededor cuando me golpeó un vaho mefítico, un olor a tigre que me cortó la respiración. Porque eso era: la cama de tigres, leones y panteras, elefantes y la madre que los parió.

Resulta que pasaba Mariano por los aledaños del circo encaramado en su ciclomotor, circo que se había montado con ocasión de las fiestas, y observó que se estaban llevando fuera del pueblo la susodicha carga y no se le ocurrió mejor idea que la desviación del embeleco olfatorio hacia la huerta. La cosa le salía gratis.

Estuvimos tres o cuatro meses con un olor a tigre de espanto, cerrábamos las ventanas, nos tapábamos hasta la cabeza, pero cuando menos te lo esperabas, en medio de la noche, el amoníaco te pateaba la pituitaria como un mazazo. Al final yo creo que nos acostumbramos o perdimos el sentido del olfato por saturación. Así también dejamos a un lado las ganas de arrancar lentamente a tiras la piel de Mariano.

Pero no todo eran malos olores, por su caseta o tenao, como lo llaman en el pueblo, han pasado un sinnúmero de tragaldabas al olor de la panceta, las migas o las costillas de cerdo. Cuántos sesentones han podido salir de la fiebre puerperal de la jubilación pasándose por el chiscón de Mariano.

Por allí discurre una procesión de exiliados de la urbe a deleitarse con sus cebollas, judías verdes, tomates y pimientos que ni qué decir tiene aventajan con mucho a los que traen en las cámaras frigoríficas. Y qué decir de los huevos. Los huevos de Mariano son, con perdón, los mejores de todo el pueblo.

Nuevas generaciones de vecinos llegan con sus niños pequeños para enseñarles cómo nacen las hortalizas, que los huevos no surgen por generación espontánea en una caja de cartón de seis en seis o de doce en doce. Que los pollos y las gallinas no son seres amorfos metidos en un congelador, que son criaturas de Dios con mucha gracia y vitalidad y corren de aquí para allá haciendo las delicias del observador. Que los corderos a pesar de tener ese careto de votantes irredentos son buena gente que alegran el campo con sus cascabeles y balidos.

Al cabo, Mariano representa mucho para mí. En estos tiempos de mercachifles y piripillos que viven a costa del circo político nacional, del aire que se cuela por el espectro del ladrillo, de nada por aquí, nada por allá y me lo llevo crudo, de los listos y las listas, de los guapos y las guapas, me apacigua y me consuela oír el ciclomotor de Mariano todos los días, llueva o haga sol, humilde y feliz, viendo salir humo de la pequeña chimenea herrumbrosa en el invierno imaginándole arrimado al fuego tomándose un tinto, mirando caer la lluvia, o en el verano trabajando sin descanso hasta que casi es noche cerrada, regando la huerta, fumando su sempiterno Farias, charlando a gritos con sus colegas o yéndose al Punto a ver el quinto y el sexto y puede que un sobrero en el Canal Vegetal.

Esto no durará. No soy agorero. Simplemente el mundo cambia. Los terrenos donde pasa la vida Mariano ya están vendidos, dentro de dos o tres años se romperá el paisaje con chalets acosados y calles llenas de jovencitos con artilugios de escape libre, vendrán otras personas a realizar sus sueños, la población crecerá. Madrid se expande cada minuto y va desapareciendo el campo.

Mariano se trasladará al río donde su sobrino tiene un tingladillo similar, seguirá con su huerta y las ovejas hasta que el cuerpo aguante. Nosotros seguiremos en la misma casa o puede que no, que nos vayamos también con viento fresco.

Todos los Marianos del País están siendo forzados a retroceder, pero no importa, ellos siguen a lo suyo, los podrás ver desde el tren o el automóvil cuando viajes por España; están por todos lados, a las afueras de los pueblos, desde Alicante a Cáceres, desde Lugo a Cádiz, montados en su ciclomotor, la visera calada, a dos por hora por cualquier camino vecinal cargados de cajas, cestas y chismes, todos sabiendo donde van, todos en busca de su particular Shangri-La.

J. L. Medina
San Francisco
27.10.06

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