Abría ilusionado Juan Carlos el voluminoso paquete que Carol y yo habíamos traído desde San Francisco por encargo de su hermano Rubén. El atlas universal de National Geographic en todo su esplendor de mapas físicos y políticos, que cubren con sus tomas de satélite cada continente y país, pueblos y ciudades, detalles del universo y de nuestro sistema solar. Mientras recorría con sus ávidos ojos las páginas de huecograbado nos felicitamos por la oportuna idea del encargo que había servido de excusa para hacer posible la decisión de bajar a Jerez de la Frontera y ver a estos íntimos amigos al tiempo que conocer al nuevo miembro de la familia, Alejandra, que dormía plácidamente en la cuna arropada por las voces de su familia que charlaba animada en la habitación.
Coincidía felizmente ser el cumpleaños de Juan Carlos y por otro lado mi primer viaje en AVE después de que tres años atrás tuviéramos que cancelar el que habíamos organizado para la mañana del once de marzo de 2004 de triste recuerdo y que supuso el pistoletazo de salida para un nuevo período ácido y de enfrentamiento entre la sociedad española y que en los tiempos que corren no ha hecho si no agravarse profundizando la crispación azuzada por nuestra miserable clase política.
Durante la cena, tapas de jamón, quesos y patés, langostinos, alcachofas con anchoas, ensalada y un atún encebollado del que nos ponemos hasta las trancas, los hermanos hablan con ilusión de la idea de comprar un velero de unos siete u ocho metros de eslora con pantalán incluido. Yo atiendo a la conversación mientras mi imaginación se va hacia las playas de Sanlúcar y los pinos que al otro lado del río cobijan ese pequeño lienzo de naturaleza quebradizo y precario como un trozo de fino cristal que aún enseñorea y da sentido a las marismas y la costa con nombres como Isla Canela, Ayamonte, Isla Cristina, La Antilla, El Terrón, Lepe, Cartaya, El Rompido, Laguna del Portil, Punta Umbría, Aljaraque, Los Corrales, El Espigón, La Rábida, Mazagón, Torre de la Higuera, El Rocío.
Hace un tiempo inestable, nublado y ni frío ni calor lo que desconcierta un poco a la hora de vestirse, caen algunas gotas de vez en cuando pero eso no quita para que Paula, la otra hija de Rubén de casi ya dos años de castaños ojos andaluces nos lleve con ayuda de su padre por los recovecos de Jerez, sus viejas calles, mansiones, palacios e iglesias, junto a las largas tapias de cal, albero y almagre de las grandes catedrales del vino fino, de los grandes caldos que han suavizado durante siglos las almas rubias, puritanas y crudas del inglés tan unido al anárquico español en el amor y en el odio lo quisieran o no.
Me vienen a la memoria mis trece o catorce años de edad cuando mis padres me trajeron a veranear a las playas de Chipiona, tumbados al sol saboreando en cucuruchos de papel las bocas de la isla que los vendedores ambulantes pregonaban caminando descalzos por la arena. En aquellos años de interminables viajes de carbonilla visitamos alguna bodega en Jerez y quedó impreso en mi mente juvenil el sabor del oloroso bebido a sorbitos acompañado de lonchas finas de jamón y picos.
Se une a nosotros Reyes y charlamos de pie en la barra de un bar templando con una tapa de emperador y otra de adobo que nos llevará hasta Sanlúcar a uno de esos restaurantes entoldados en Bajo de Guía en la misma boca del Guadalquivir y en donde mirando hacia la desembocadura entre copas de manzanilla y arroces marineros, chocos, pijotas, puntillitas, gambas, ortiguillas, tigres y galeras podemos aún adivinar sobre la neblina baja el trampantojo fantasmal de los seis navíos de Cristobal Colón saliendo el 30 de Mayo de 1498 en su tercer viaje de descubrimiento, de los barcos de Fernando de Magallanes, los cinco barcos que el 10 de Agosto de 1519 partieron de Sevilla permaneciendo varias semanas en Sanlúcar de Barrameda, o la llegada en 1522 del último barco superviviente bajo el mando de Juan Sebastián Elcano que circunnavegó la tierra por vez primera.
Con el consuelo de " lo bueno si breve dos veces bueno " partimos a Sevilla prometiéndonos otra visita más tranquila y prolongada. Ha llovido mucho los días pasados y el campo está saturado de agua, llegamos a la moderna estación de Santa Justa y de allí al hotel junto a la iglesia de Santa María la Blanca donde nos espera nuestra amiga Ana.
Parados frente a la Maestranza admirando la estatua de Curro Romero inmortalizado en uno de sus famosos desplantes y que al decir de la guasa andaluza se compone de dos figuras una la del torero y otra la de un toro colocada dos o tres calles más arriba... Ana nos comenta que la vida sevillana gira a lo largo del año alrededor de cinco acontecimientos principales: Semana Santa, Feria de Abril con sus casetas, corridas de toros, Romería del Rocío y durante todo el año fútbol. Sí, durante los días que hemos estado en Sevilla nos hemos desplazado con mucha frecuencia en taxi y casi en el cien por cien de los casos el taxista nos llevó eficientemente a nuestros destinos ensimismado en algún programa de radio que peroraba sobre los dimes y diretes de los héroes del balón. En realidad, como en el resto de España.
Por cierto que se acaba de votar un estatuto andaluz que se han sacado de la manga los políticos y el resultado ha sido una abstención del sesenta y cuatro por ciento. No soy yo quién para opinar pero algo me dice que la mayoría de la gente se siente feliz con su forma de vida y su pertenencia a España.
Nuestra amiga tiene la oportuna idea de que demos un paseo en coche de caballos a lo que personalmente me sentía renuente por considerarlo cosa exclusiva de guiris pero estaba muy equivocado, la travesía a suave trote por la orilla del Guadalquivir, La Maestranza, Plaza de España, Archivo de Indias, Torre del Oro y tantos edificios de arquitectura civil, palacios y mansiones suntuosos reflejo de una época en la que la riqueza no conocía límites y circuló durante varios siglos por esa ancha arteria que es el Guadalquivir nos adentra en el Parque de María Luisa en donde el monumento de Gustavo Adolfo Bécquer languidece bajo un soberbio árbol que lo envuelve, el poeta embozado en la capa española parece dar la espalda a esas tres blancas muchachas, la joven cabizbaja con las flores marchitas en la falda, el amor perdido. El amor pleno en la joven que mira al cielo y el amor soñado con mantilla que lleva sus manos al rostro y que parece exclamar: " Hoy la tierra y los cielos me sonríen / hoy llega al fondo de mi alma el sol / hoy le he visto...le he visto y me ha mirado.../¡hoy creo en Dios!"
A la entrada del parque la marcha del coche disminuye y un pirata urbanita cetrino y de pelo sucio y ensortijado trota a nuestro paso aporreando un bote de plástico de aceitunas vacío mientras canta: "A Baracoa me voy aunque no haya carretera..."Persiste en su empeño por lo que se hace merecedor a nuestra propina.
El centro moderno de Sevilla está patas arriba con obras de acondicionamiento urbano, el tráfico es intenso y uno trata de huir de ese entorno lo más rápidamente posible entrando en esa otra dimensión del tiempo en donde la ciudad sigue manteniendo referencias del pasado que mezcladas con nuestra fantasía y el deambular por las calles estrechas nos hace vislumbrar la figura fugaz de un Luis Mejía saliendo de tapadillo de la Hostería del Laurel o en la antigua calle del Chorro asistir a la leyenda recreada por don José Zorrilla de un hidalgo al que nadie aventajó en juego, lid o en amores y redimió los pecados de su vida a través del amor de doña Inés, don Juan Tenorio.
La colección del Museo de Bellas Artes, la belleza del Alcázar y el delicioso paseo por sus jardines nutre nuestro espíritu pero deja lacios nuestros estómagos así que después de éstas y otras visitas terminamos dirigiéndonos al restaurante Robles, en el camino nos detenemos a refrescar con unas tapas frente a la Catedral y la Giralda y entre fino y fino me viene a la memoria el libro de Sender La tésis de Nancy en el que una yanqui enamorada sube a caballo la rampa de la torre mientras lucha por comprender el idioma y carácter españoles. Mi mujer que también es yanqui y espero que enamorada me comenta que también subió a sus diecisiete años con los pies descalzos la cuesta de la Giralda.
Tras unos calamares fritos y una ensalada de bacalao que compartimos, Carol se decide por una lubina y Ana y yo atacamos un arroz caldoso que está de rechupete. Decidimos tras los cafés que la siesta se impone y nos retiramos al sosiego del hotel donde reemprendo la lectura de los últimos cinco libros del capitán Alatriste de Pérez Reverte que aún no había atacado y que estoy disfrutando y leyendo con avidez.
Estamos hospedados en las Casas de la Judería palacio que data de 1600 y que perteneció al duque de Béjar emplazado junto a la puerta de la Carne en pleno barrio de Santa Cruz, en realidad se trata de varias casas unidas por un pasadizo subterráneo de decoración romano - pompeyana que ciertamente llama la atención, patios, fuentes, azulejos, balcones de rejería, celosías, macetas de geranios y tejados cubiertos de verdín cobijan amorosamente nuestra espaciosa habitación a la que nos llega el tañer alegre de las campanas de las iglesias vecinas por la mañana y por las tardes el toque de oración.
Sevilla no es una ciudad para hacer una lista de monumentos que una vez vistos te hagan cerrar la maleta y partir a tu siguiente destino. A Sevilla hay que volver a menudo, en viajes cortos y en viajes largos, tomarla con moderación como sus vinos y sus tapas, paladeándola y sintiéndola en el alma. Hay tanto que ver, tanto que hacer, tanto que descubrir.
Desde la Torre del Oro en otra mañana de nubes y claros contemplamos el Guadalquivir, la Catedral y la Giralda, palacetes y cúpulas de iglesias salpicados de palmeras y brochazos de almagre.
Alatriste dice a su amigo Copons en una calle de Sevilla: " Tengo que dejarte...Nos vemos en la hostería de Becerra". Se trata de la hostería de Enrique Becerra, famosa por su cordero a la miel y por el guiso de carrillada de puerco cercana a la mancebía del Compás de la Laguna y del que nos habla Arturo Pérez Reverte en El oro del rey. Allí nos dirigimos también nosotros y entre su cálido ambiente y la simpatía de sus camareros pedimos unas patatas en ensalada, aceitunas aliñadas y filetes de emperador a la plancha con un golpe de ajos por encima.
Por la noche vamos a cenar a casa de Ana y conocemos a su hermana Cristina, nos han preparado una magnífica cena alrededor del pescaíto frito. Charlamos largo y tendido impresionados por su generosidad y simpatía sin límites.
Y pasada la media noche brindamos con un par de botellas de cava por Sevilla y la amistad.
20.02.07
Colmenar Viejo
J. L. Medina
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