Pongamos, por ejemplo, Manolo. Tras unos años de dar tumbos de un trabajo a otro navegando en el océano mileurista, plano e infinito, en el que por mucho que remes la línea del horizonte permanece inalterable, atisba por fin las palmeras de una playa con contrato laboral indefinido, un sueldo aceptable y una cierta bonanza para el futuro, al menos para el futuro inmediato.
Manolo ha llegado a la playa y se siente bastante seguro. Manolo es consciente de que tiene que ganarse la vida que, siguiendo los consejos de sus amados padres: las cosas no vienen de bobilis - bobilis y él fiel a esas directrices ha ido superando todos los obstáculos de los estudios, los emebeas y los cursos y más cursos de inglés en los que se ha dejado una pasta y ha recogido magros conocimientos pero suficientes para llenar otra línea en el currículum.
Pero vayamos al meollo del asunto. A Manolo todo esto en el fondo le importa poco, o sea, que le importa un huevo. Como ya habrán adivinado Ustedes lo que a Manolo realmente le hace levantarse por las mañanas es la esperanza del partido de fútbol que se juega esa tarde, el reunirse con sus amigos, bufanda común con el escudo de los suyos, en el campo o si andan pillados de viruta en el bar con tele de colorines mastodóntica y unas birritas pasando de mano en mano, oé, oé, oé, oeeee´.
Manolo conserva sus aficiones de niño, las que siempre le han hecho ilusión, el fútbol, las motos, el windsurfing... que comparte con sus amigos algunos de la universidad y otros del curro. Ahora que dispone de posibles se ha metido en un cuatro por cuatro con el que en puentes y pequeñas vacaciones cogidas por los pelos se lanza a toda mecha por la nacional en busca del paraíso tarifeño.
La libertad, las posibilidades, el hacer lo que le salga de los cojones. ¡Qué bonita es la vida!. En cuanto a chicas, pues ni fú ni fá, cuando siente la llamada de la selva se lo monta con alguna amiga o se va de copas con un colega de más confianza. De todas formas para los ratos aburridos en casa o las horas en que el viento del estrecho le deja baldado encuentra refugio en el último grito en Playstation que se ha pillado y que es un pasote.
Tenemos, pues, a Manolo camino de Tarifa, feliz, pletórico, presintiendo el mar desde los olivares andaluces ajeno a la que se le viene encima.
Al día siguiente después de una buena tunda entre la mar rizada y el tozudo viento camina feliz de vuelta hacia su habitación en el pequeño y agradable hotel al mismo borde de la playa cuando ¡zas! un yogurcito en neopreno se le cruza fijando su pupila azul en la pupila de Manolo.
¡Qué viento!. ¡Sí!. ¿Vienes mucho por aquí?. No te había visto antes. Yo soy un asiduo. Yo también. ¿De donde eres?. De Madrid. Yo también. ¿Vienes solo?. Si ¿y tú?. Yo estoy con unas amigas. ¡Ah!. Me voy a dar una ducha. Yo también, te veo luego en el bar. Bueno.
Me llamo Manolita, fuego en una pequeña chimenea, cervezas, windsurfistas charlando con las tres amigas de Manolita al otro lado de la barra, aceitunas rellenas de anchoa y atún encebollado en pequeños taquitos.
¡Qué casualidad! ¡yo me llamo Manolo!. ¡Sí, debe de ser una señal del destino! contesta entre risitas Manolita que está para comérsela con cucharilla de plata, el pelo suelto, la tez curtida por los vientos moros, los senos ni grandes ni pequeños, la sonrisa dejando ver unos preciosos dientes blancos fruto del esfuerzo y la persistencia del odontólogo.
Total. Que ligaron. Teléfonos. Te llamaré, etc. Al principio se vieron en Tarifa, grandes palizas de winsurfing, camaradería y vuelta a casa. Más tarde ¿por qué no bajar juntos y así además de ser más divertido usamos solo un coche?. Más palizas de windsurfing, charlas hasta las tantas, taperío, vuelta a Madrid bajo el pálido destello de la luna.
Al cuarto o quinto viaje decidieron quedarse en la habitación a practicar otra clase de windsurfing. La Playstation se quedó llorando desconsolada en un rincón del dormitorio de Manolo en Madrid.
Así pasaron los meses adornado el calendario de angelitos gordezuelos con arcos y flechas y pajaritos amorosos bebiendo en fuentes sobre las que se posaban las hojas rojas y amarillas de los árboles tatuados de corazones: Manolo ama a Manolita.
Para Manolo esto era el paraíso, la situación ideal. Lo pasaban bien cuando querían pasarlo bien y el resto del tiempo su corazón estaba profundamente comprometido con sus amigos y la liga de campeones. Pero Manolita tenía otras ideas.
Veamos. No me voy a extender mucho en esto, Ustedes saben lo que voy a decir antes de que lo diga. Pero ahí va de todas formas.
Primero, Manolita entró a Manolo con prudencia proponiéndole que en lugar de bajarse al balcón del moro, podían ahorrarse la morterada de kilómetros y quedarse en casita, porque - decía con un precioso mohín - para estar todo el día en la habitación, valía igual o mejor la de Manolo y pasaban de quemar gasolina.
Segundo, cuando Manolita consiguió buenos resultados sobre el primer punto cargó de nuevo esta vez sobre la necesidad de vivir juntos, estaba loca por él - le decía poniendo ojos de ovejita lucera - y le deseaba hasta cuando se iba con sus amigotes a gritar como un verraco frente a la caja tonta.
Tercero, conseguidos los objetivos previos, tuvo que poner ahora toda la carne en el asador de su belleza para proponerle derritiéndose sobre él, que lo suyo era casarse y ser felices para siempre.
Manolo, que no era muy intrépido en sus decisiones y pecaba de ser algo pastueño, fue cediendo ante las píldoras almibaradas y al final, tararí: boda.
Para qué hablar del bodorrio, horteril como mandan los cánones, columnatas romanas con mucho dorado y perifollo, rifa de trozos de corbata del novio, prendas íntimas de la novia, langostinos y croquetas, puros y anís, niños jodiendo la pava, el asqueroso animador de turno, el venao, ja, ja...¡que se besen, que se besen! todo el mundo pedo, o sea, un pastón.
Pero la vida ¡ah! continúa. Tras el viaje a Cancún comienzan a rodar los ejes de la carreta matrimonial. Al principio Manolo sigue acudiendo a sus citas futboleras, sábados, domingos, algún miércoles, algún lunes, porque ahora hay fútbol prácticamente todos los días.
Un sábado muy de mañana aparece enfundado en su traje de neopreno en el salón ¡tachán! y le pide a Manolita que agarre el suyo y se bajen al Estrecho. Manolita le mira como quien mira a un gilipollas vestido de neopreno y le dice ¡ pero Manolo, que cacho barriga, que asco!.
Tras un tira y afloja Manolita no está por la labor y Manolo cabizbajo pero resuelto se abre solo en el cuatro por cuatro embaulándose la cinta métrica hasta que se acaba. Allí sigue el viento, las olas, la libertad, pero sin saber cómo no lo siente igual que antes, algo no está en su sitio. Quizás es él quien no está en su sitio.
Van pasando los meses, le han ascendido en el trabajo con el consiguiente aumento, Manolita dice estar muy orgullosa de su Manolo. También a Manolita le han ascendido y el viento sopla con fuerza en las velas del hogar familiar. Una de esas noches Manolita se pone uno de sus camisones de matar y le explica a Manolo con t
Manolo recupera el resuello Manolita le informa de que ha estado echando cuentas y que esta segura de que podrían dar la entrada para comprarse el chalecito de sus sueños en la sierra.
Para no aburrir haciendo esta historieta interminable, damos ahora un salto de, digamos, tres años o cuatro en la vida de la familia Manolez para volver a reencontrarlos en su dulce hogar.
Hagamos un pequeño resumen: fruto de su amor el matrimonio ha tenido un Manolito y una Manolita. La parejita. Han vendido el cuatro por cuatro y se han comprado un Bemeuve discreto, que no canta mucho. Tienen un chalecito en la sierra por la zona de El Escorial rodeado de meños y jaras que le dan un aire muy agreste. Ambos han tenido nuevos aumentos de categoría y sueldo y salen a las tantas de la oficina con lo cual los aumentos van a parar a una colombiana que cuida a los niños y disfruta tanto el piso de Madrid como el chalet de la sierra. ¡Ah! y los trajes de neopreno terminaron en la basura al descubrir que estaban picados y que Manolo no se lo podía meter más allá de los tobillos.
Manolo ha vuelto al coqueteo con la Playstation de la que está más enamorado que nunca. ¡A ver si creces de una vez! - le increpa Manolita - ¡todo el día como un crío con la dichosa maquinita!. Manolo pasa, juega y calla. Y por las noches con el pretexto de que está cansado se va a la cama con el transistor y se sumerge en las declaraciones de jugadores multimillonarios, fichajes y dimes y diretes del balón.
Todavía alguna vez va al bar a ver algún trozo de partido, nunca el partido entero, nunca al campo con los amigos porque, entre otras cosas, los amigos han ido cayendo por el camino y se quedan viendo la tele en casa.
Manolo se sienta en una piedra en la parte de atrás del chalet, al fondo sobre La Pedriza algunas nubes se mueven lentamente produciendo diferentes tonalidades de luz y sombra, sobre El Yelmo se pueden ver algunas estrías de nieve. Manolo recorre todo con la vista. Lentamente. La libertad, las posibilidades, el hacer lo que me salga de los cojones...murmura entre dientes.
Manolita habla en la peluquería con una amiga.
- son como niños. No se quieren comprometer con nada.
- sólo les interesa el fútbol, contesta la amiga.
- y el caso es que hemos tenido buena suerte con nuestros maridos.
- Sí, los hay que son unos hijos de puta de mucho cuidado.
- pero hay que guiarlos en todo, son como bebés. Bebés creciditos.
- yo a veces le pregunto: ¡pero que cojones quieres de la vida!
- ya, y se quedan ahí mirándote como pasmarotes.
- si hija, como pasmarotes.
- en fin, no se que harían sin nosotras.
- son como bebés de teta.
29.01.08
San Francisco
J.L. Medina
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