-¿dígame?
-¿Santiago?...soy Silvia, tu ex...
Silencio.
-¿oye, sigues ahí?
-si, si, es que me sorprende mucho tu llamada, hace lo menos tres o cuatro años que...
-es verdad...pero te echaba de menos...
-y...¿ocurre algo en lo que te pueda ayudar?
-no, no, nada, es sólo que quería hablar contigo... no sé, me acordé de repente de tí y decidí llamarte, no te importa ¿no?
-pues no creo que tengamos mucho de que hablar...
-oye...¿sabes que me gustaría? ¿porqué no quedamos el domingo y preparas aquellas albóndigas con espagueti que hiciste cuando nos conocimos?
Silencio.
-sólo para recordar viejos tiempos, sin ningún compromiso, como dos viejos amigos...
Pido otro par de cañas mientras Santiago mira al infinito. Mi amigo hace cinco años que se divorció de Silvia y lleva otros cinco viviendo sólo en un pueblo de la sierra desde donde baja todos los días a Madrid a trabajar, reparte su tiempo libre entre la lectura, cocinar para los amigos, las salidas al campo y esporádicos y breves encuentros femeninos de los que huye en cuanto nota el menor indicio de posible relación.
-¿y quedaste con ella?
- pues sí... que quieres que te diga, cuando me habló de las albóndigas con espagueti se abrió la pantalla de los recuerdos y ví pasar ante mí todos aquellos hermosos meses de cuando nos conocimos.
Silvia fué un amor repentino, estuvimos saliendo durante un par de meses en plan platónico, visitas a museos, largos paseos por Madrid, horas interminables hablando de todo sentados en un café, nuestras discusiones sobre libros y cine, sobre arte, viajes, su interés por las cosas parecía no tener límite y estando juntos el mundo era, como se suele decir, diferente, o sea que nos habíamos enamorado.
Así que pensé en invitarla a mi apartamento y preparar las albóndigas con espagueti que me enseñó un colega italiano en los meses que pasé en Florencia. Ya sabes que ese no es un plato que se improvise, hay que hacerlo con amor y lleva varias horas hasta que está listo.
Santiago se entusiasma y me explica. Primero tienes que ir a la carnicería, no a cualquiera, a una buena, y pedir una parte de carne de vaca, otra de cerdo y otra de ternera, el cerdo es muy importante porque le dá un toque especial... a la carne picada le añades un par de rebanadas de pan humedecido y picadito, un huevo crudo, queso parmesano, perejíl, ajo y albahaca, dejas ésta mezcla en la nevera durante una hora para que repose. Como te digo, es un plato de verdad, que se hace despacio, nada que ver con esas cosas que pones a descongelar o compras medio preparadas y calientas en el microondas.
Silvia llegó a las cuatro de la tarde de aquél sábado, estaba preciosa, dejó el abrigo en la entrada y se sentó en un taburete junto al mostrador de la cocina donde había dispuesto todos los ingredientes para la cena. Abrí una botella de Enate y brindamos mientras la música de Bill Evans se mezclaba alegre con los olores de la albahaca y el crepitar de las albóndigas que ya se doraban en el aceite de oliva.
Mientras charlábamos de mil cosas y mostraba un gran interés por la receta, preparé un sofrito de ajos y cebollas añadiendo en su momento tomate triturado, pasta de tomate, perejíl, oregano, albahaca y sal y pimienta. Una vez en su punto coloqué las albóndigas con el sofrito en una cazuela dejándolo a fuego lento durante una media hora.
La tarde invernal caía y algunos dorados rayos de sol atravesaban la botella de vino casi vacía, ahora la música era de Brubeck y nuestros corazones no ofrecían ninguna resistencia.
Calentándose el agua con sal y un chorrito de aceite para hervir los espagueti abrí otra botella ésta vez del Pago de Carraovejas. Creo que eran las nueve de la noche cuando por fín encendimos las velas y nos sentamos a cenar. Habían pasado cinco horas desde que llegó Silvia y comenzamos a preparar la cena, cinco deliciosas horas.
Estamos secos. Pido otras dos cañas y algo para picar, Santiago continúa recordando aquellos buenos momentos.
Después de la cena, que quieres que te diga, hicimos el amor durante toda la noche sin un minuto de descanso excepto para levantarme furtivamente a la cocina y descorchar una botella de cava con la que mitigar nuestra sed.
Por la mañana después de tomar café volvimos de nuevo a la cama y seguimos haciendo el amor exhaustos durmiéndonos a ratos y levantándonos por fín sobre las seis de la tarde. Fueron unas tres semanas de flotar entre nubes, luego decidimos casarnos y los dos primeros años continuaron formando parte del paraiso.
Pero a partir del tercer año todo aquello comenzó a disolverse sin que ocurriese nada especial si no pequeñas cosas que fueron levantando un muro invisible entre nosotros. Silvia pasaba muchas horas en su trabajo, yo también, dejó de interesarse por las cosas que aparentemente teníamos en común, nos olvidamos de ir a museos, no encontrábamos tiempo para pasear juntos, no compartíamos los mismos gustos por los amigos o las amistades que pudieran surgir, a ella le gustaba ir en grupo siempre que pudiese, a mí me gustaba todo lo contrario. A menudo no estábamos de acuerdo en el momento adecuado para hacer el amor y lo dejábamos pasar. Un cúmulo de menudencias abrían un abismo insondable entre nosotros en el que al principio no podía creer pero la evidencia me forzó a admitir.
Las semanas pasaban tristes y lentas entre el trabajo, las rutinarias compras en el supermercado y los fines de semana aburridos. El único momento, durante la cena, que pudiera haber sido más íntimo quedaba truncado por los groseros programas de televisión y las cenas que no compartíamos porque cada uno nos preparábamos cualquier cosa en la que raramente coincidíamos.
Al final ni siquiera queríamos ir a los mismos sitios de viaje, cosa en la que siempre habíamos estado de acuerdo y nos había hecho mucha ilusión. Total, el caso es que la vida en común pasó de lo rutinario a lo irritable y comenzamos la primera etapa de los enfrentamientos verbales seguida de una segunda de ignorarnos hasta el punto de lo invisible. Aquello no podía continuar.
Y así vino el divorcio con sus miserias y egoismos, los papeleos y más enfrentamientos y al final volvimos cada uno a nuestra soledad individual.
Y aquí me tienes tomando unas cañas contigo, dijo Santiago con un rictus de sonrisa y se bebió de un trago la cerveza comenzando a juguetear con el pincho de tortilla que tenía delante.
- oye, voy a pedir algo para cenar y una botella de vino porque veo que ésto va para largo y aún no me has contado tu cita de reencuentro.
- pues sí, más vale.
Después de la llamada me quedé desconcertado pero recordando los buenos momentos comencé a sentirme invadido por una nueva ilusión. Me fuí a la carnicería y preparé de nuevo todo el ritual de las albóndigas con espagueti.
Eran ya las cinco de la tarde del domingo de la cita y Silvia no aparecía, a las seis con las albóndigas listas para freir decidí darle un toque de teléfono:
-¿Silvia? soy Santiago.
- hola Santiago ¿qué te cuentas?
- pues nada, creo que habíamos quedado para cenar juntos en mi apartamento y hacer las albóndigas con espagueti.
- ¡ah, claro! pues estaré por ahí sobre las nueve o nueve y media...
- pero...
- ¿ocurre algo?
- no, pero pensé que vendrías temprano para preparar juntos la cena...
- ¡huy! pues es que estoy en Chinchón con unos amigos en una fiesta y no podré volver hasta más tarde. Ya te digo, estaré en tu apartamento sobre las nueve y media.
- pero iba a hacer las albóndigas...
- por mí no te preocupes, podemos pedir una pizza.
- ya.
Decidí olvidarme de la receta, para mí lo importante hubiera sido hacerlo juntos con la ilusión de recrear aquellos días pasados pero estaba claro que a Silvia le importaban un pimiento las albóndigas con espagueti ¡qué distinto de aquella primera vez!.
Pedí la pizza a las nueve de la noche y me senté a esperar oyendo un poco de música. A las diez menos cuarto sonó el timbre y me fuí a abrir la puerta. Silvia estaba impresionantemente guapa.
Se sentó sin quitarse el abrigo y lo primero que se me ocurrió decir fué:
- la pizza debe de estar fría...
Silvia me miró y tras un minuto de silencio respondió
- oye ¿sabes que aún me debes dinero?
- sí, cuatrocientos euros pero te estoy pagando todos los meses...
Silvia permaneció en silencio, durante unos instantes no supe cómo reaccionar, luego me fuí a buscar el talonario de cheques y extendí uno por los cuatrocientos euros, lo firmé y se lo ofrecí.
- ahora estamos en paz.
- ¡bueno! - dijo Silvia doblando cuidadosamente el cheque y dándose una palmada en la rodilla - ¿no me ofreces un vino?
Me quedé un momento allí de pie mirándola, noté el espejismo de mi ilusión saltando en mil pedazos dentro de mí produciéndome un intenso dolor, comenzó a invadirme una profunda oleada de tristeza.
- no, y te ruego que ahora te vayas.
Se quedó mirándome durante unos instantes, luego levantándose lentamente y dirigiéndose hacia la puerta la abrió y bajo el dintel se volvió diciendo:
- no has cambiado nada, sigues igual de rarito que siempre, hijo.
La ví alejarse por la acera y coger un taxi en la esquina, puse la pizza encima de un banco y me volví al apartamento cerrando la puerta tras de mí.
Santiago había acabado su historia, sobre la mesa un revuelto de trigueros, un par de morcillas y unas bravas. Rellené los vasos de tinto y nos pusimos a comer en silencio sin cruzar una palabra más hasta que terminamos de cenar.
J. L. Medina
San Francisco
21.01.07
No hay comentarios:
Publicar un comentario