Hace poco que hemos despegado del aeropuerto de Barajas, vamos tomando altura y girando hacia el noroeste, el Valle de Cuelgamuros y su cruz se desplazan lentamente a nuestra derecha y pronto, antes que ofrezcan la primera bebida a los pasajeros, estaremos dejando atrás Santiago de Compostela, el Finisterre y metiéndonos de lleno en el Atlántico para encarar nuestro primer tramo de viaje hasta Atlanta. Diez horas, nueve y algo, que ya son horas.
Ayer por la tarde después de comer con mi hermano y ponernos al día de tantas cosas que nos unen, comentábamos sobre cómo la vida nos distancia físicamente aunque siempre nos quede esa realidad virtual que nos mantiene unidos a través del lienzo luminoso del ordenador portátil.
- yo creo que ya va siendo hora de que los aviones vayan un poco más deprisa - me dice - apenas van más allá de los ochocientos kilómetros por hora.
Respaldo afirmativamente su punto de vista pensando en que sólo hace unos sesenta años él y yo bajábamos a comprar carbón y astillas a la carbonería de un asturiano que vivía y tenía su negocio enfrente de casa. Cada mañana encendíamos la cocina de carbón con mondas de naranjas dejadas a secar la noche anterior. Y nos duchábamos una vez a la semana en las duchas públicas porque en casa no había más que una taza de váter y un diminuto lavabo. Sí, no cabe duda de que en un decir Jesús, total unos años de nada, han cambiado las cosas como para dejarnos con la boca abierta.
En realidad, según puedo leer en la pequeña pantalla encastrada en el respaldo del asiento delantero y a pesar de mi perfecto desconocimiento de las matemáticas, flagelo de mi infancia, parece evidente que con vientos de frente de doscientos cincuenta kilómetros al avión se le hace muy cuesta arriba ir más allá de los seiscientos kilómetros por hora y que por tanto eso se traduce inexorablemente en más horas de castigo para la cadera y la circulación sanguínea.
Personalmente y a pesar de los inconvenientes de la distancia me alegra muchísimo que todavía existan estas barreras para la comunicación física del hormiguero mundial. Ya tenemos suficiente con aguantar las injurias de la globalización del todo a cien y la deglución de la basura que genera el Polifemo mediático.
Alcanzados los diez mil metros en donde el avión cumple a la perfección el destino para el que fue creado, las azafatas suben y bajan atareadas en los prolegómenos de la comida y yo aprovecho para distenderme y relajarme de todo el proceso previo al embarque que te deja hecho unos zorros con tanto control y tanta pamema. Si, ya sé, todo es por nuestro bien y seguridad. Al menos eso es lo que dicen.
Cierro los ojos y comienzan a revolotear en mi cabeza las palabras de un buen amigo enviadas ayer en un correo electrónico. Me dice: " ... estos días ha salido mucho San Francisco en los telediarios con la que le habéis armado junto al puente a los pobres chinitos de la antorcha, cagüenlá si Mao levantase la cabeza..."
¿Le habéis armado? ¿pobres chinitos?... mi amigo, como tantos otros, vive anclado en la nostalgia de los años setenta, cuando los rojillos de pantalón de pana, barbados muchos de ellos y entre los que a la sazón también me encontraba, comenzaban a enredar ante el olor que emanaba de las instituciones y del gran timonel, no el chino si no el nuestro de andar por casa, al que le faltaba poco para comenzar a descomponerse.
Algunos de ellos, los más adelantados, volaron a Pekín (entonces se llamaba Pekín) y comprobaron la alegría comunista del pueblo llano y pudieron ver las murallas que escondían a la nomenclatura o nomenklatura del poder chino. Se trajeron maletas abarrotadas de estampitas naïves de colores intensos en las que se describía minuciosamente las labores de las masas proletarias trabajando sonrientes por la patria entre las banderas rojas flameando al viento. Otros, todo hay que decirlo, comprendieron sobre el terreno la verdad de un sistema que hacía tabla rasa de la individualidad del hombre y le condenaba al silencio y la aquiescencia establecida o al otro silencio, el de los cementerios.
Mi amigo que pretendía ser un socialista convencido decía no creer ni en la religión católica que, según él, es la única verdadera, se casó sin embargo por la iglesia y bautizó y confirmó a sus hijos como está mandado. Hoy él junto a los compañeros carrozones de la época y las nuevas generaciones que les siguen se autodenominan con la palabra " progre " que es una cosa más así, más moderna, sin la caspa y el olor a chotuno de la posguerra.
Cuento esto, y lo hago sin ánimo de ofender, para fijar un poco la imagen de esta progresía que se cree aún al frente de la revolución socialista digamos virtual porque la real no se ve por ninguna parte, que parecen estar en posesión de la verdad, la verdad chachi y absoluta y se cabrean mucho si les llevas la contraria, o simplemente no les interesa tu opinión si no coincide con la suya, que son intimísimos de las ballenas, los delfines y el famoso cambio climático pero que saben compaginarlo muy bien con los bemeuves, las poltronas oficiales si tienen la potra de pillar una y las escapadas a los pisos y chalets tan de moda ahora en el Magreb a la sombra del rey Alauita.
Y cuando la gente clama por sus derechos en Cuba miran de reojo con nostalgia, no dicen nada y piensan en la Sierra Maestra, compañero. Y cuando la represión se intensifica en China y ante el clamor mundial se aplica más mano dura... pobres chinitos de la antorcha.
Esto de la antorcha es tan patético que se queda uno con la boca abierta sin saber que decir. Yo también, como mi amigo, he visto en directo las imágenes de San Francisco, la gente esperando a que empezase el recorrido, la mayoría chinos de la ciudad, unos a favor de China, otros en contra, los portadores de la antorcha dubitativos, esperando órdenes, allí nadie sabía que hacer, mucha gente con teléfonos consultando, sopesando, viendo posibilidades mucho más allá del simple hecho de correr unos metros por la calle.
¿Y en que estarían pensando los miembros esclerotizados del partido comunista chino? ¿es que no pudieron anticipar nada de lo que está ocurriendo?. Para mí que no. Viendo como les observaba el mundo podrían haber practicado un control más inteligente de las masas, negociar en vez de utilizar la represión, influir en la prensa de forma que les fuese favorable a sus propósitos, pero las autoridades chinas no parecen poseer estas habilidades, el partido comunista se encierra en una atmósfera de secreto, es una organización terriblemente burocratizada y cada miembro defiende a ultranza la línea autoritaria siempre con un ojo puesto en su propia identidad en el partido y, como no, el otro en el cuenco de arroz que a él le toca.
Aunque por otro lado también pienso que sí se dan cuenta, se dan cuenta muy bien de lo que pasa pero piensan que da lo mismo, que pueden estar muy tranquilos porque occidente solo mira su billetera y todo lo demás represiones incluidas pasa a un segundo plano.
Pues eso, que los portadores de la antorcha una vez encendido el fuego sagrado se metieron en unas naves al lado del muelle en donde permanecieron largo rato para asombro del público que esperaba, teleespectadores, cámaras y comentaristas que no teníamos la menor idea de lo que estaba pasando.
Finalmente decidieron poner tierra por medio en aras de la seguridad, ese azote de nuestro tiempo, y salieron zumbando en un autobús rodeados de policías en moto hacia zonas de San Francisco menos conflictivas donde celebrar el rito olímpico.
Y así vimos en una calle cualquiera a los portadores chinos, por cierto nada atléticos, caminando cansinamente unos metros con la antorcha rodeados por una guardia pretoriana de policías sobrealimentados en pantalón corto que cerraban filas alrededor de la llama Prometéica.
Que paripé. Que vergüenza. Pero da igual. Hoy vivimos en un mundo de cortar y pegar. Desde la entrega de la llama por los funcionarios griegos en las que hubo las primeras escaramuzas de protestas seguido por las demostraciones de Estambul, los abucheos de Londres, los incidentes de París en donde tuvo que ser transportada en un autobús y los recientes incidentes en San Francisco más las etapas que están por venir, todo ha reflejado la oposición del mundo al autoritarismo y la represión chinas, cuando tendría que haber dado unos resultados diametralmente opuestos. Pero como digo arriba, este es un mundo de cortar y pegar, al final las autoridades chinas cortarán y pegarán las imágenes que les vengan bien y nos ofrecerán una película idílica de las olimpiadas.
Pero no nos llamemos a engaño, todo es una hipocresía, la política china no es de ahora, la represión Tibetana y sus reivindicaciones tampoco lo son. La conversión al capitalismo de China, aunque sus dirigentes se sigan llamando comunistas, ha abierto las puertas en tromba a miles de compañías occidentales que se benefician de la mano de obra prácticamente esclava, la falta de controles sobre la contaminación y otra serie de servidumbres impensables en las sociedades modernas. Las protestas son las de los de siempre y oficialmente los países critican bajito y se hace la vista gorda.
Y aún quedan algunas cosas más por ver para regocijo del espectador porque nada sabemos todavía sobre el destino del otro pedacito de llama que se separó en Beijing con rumbo a la cumbre del Everest. Ahí también se puede montar un buen pollo aunque el ejército chino ya tiene sobrada experiencia en llegar a la cumbre y las protestas a esas alturas son un poco más difíciles de llevar a cabo.
¿Y qué pito toca en todo esto el Dalai Lama?. Tenzin Gyatso es el jefe espiritual y a veces temporal de los budistas tibetanos de todo el mundo. Se supone que es la reencarnación actual de una larga línea de maestros budistas que han llegado a tal grado de perfección que están exentos de la rueda que supone el nacimiento y la muerte.
El dirigente espiritual budista apoya los Juegos Olímpicos de Beijing y asegura que se opone a las protestas violentas al paso de la antorcha olímpica. Bueno, es una posición neutral, pacifista, que no quiere echar leña al conflicto.
Es el Dalai Lama un personaje curioso que concita el respeto y la admiración sobre todo de aquellos que vivimos en un mundo tan opuesto a lo que se supone es la vida de un monje budista. Un ser fuera de este mundo que esta por encima de la lucha enfangada por la supervivencia y los quehaceres burdos y rastreros del resto de la sociedad que se arrastra entre las pasiones y la ignorancia más atroz.
Y sin embargo cada vez que veo al Dalai Lama en la televisión respondiendo a alguna pregunta o haciendo un comentario me acuerdo de aquél personaje de la película protagonizada por Peter Sellers " Being There " Mr. Chance que sin decir nada y actuando como un perfecto memo era visto a los ojos del mundo como un absoluto genio.
No tengo nada contra el Dalai Lama y sé muy poco de él pero en mi ignorancia supina me atrevo a preguntar ¿no será el Dalai Lama otro cantamañanas?.
Salgo de mi duermevela y sobre el ruido de fondo de los motores escucho de los labios de la azafata: ¿pollo o pasta?
16.04.08
San Francisco
J. L. Medina
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