lunes, 14 de septiembre de 2009

LOA A LA PATRIA QUE ME VIÓ NACER


Soy uno de esos españoles cuyo carné de identidad ha pasado ya por unas cuantas renovaciones, desde la primera cara de pardillo púber y la del obligatorio bigote de la mili hasta la del pelo blanco que más parece una de aquellas caras famosas de Bélmez.
Como cualquier español de mi generación, ya definitivamente perdida en las tormentas de la jubilación anticipada, tiro del carrito de la compra y sigo con mirada bovina a mi señora en los tejemanejes del hueso de rodilla y los filetes de tapilla y de vez en cuando me cruzo con otro casta de mi cuerda y sin articular palabra nos lo decimos todo en una mirada rápida de cataratas incipientes.
Ahora tenemos mucho tiempo para mirar las musarañas, al menos hasta que venga Paco con la rebaja, y echamos la vista atrás pensando en la burda patraña de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Hoy, que la patria que nos vio nacer anda tan revuelta, muchos aprovechamos para recapitular y pensar en qué es la patria, que hemos hecho nosotros por ella y que ha hecho ella por nosotros.
Ya de entrada cuando mi madre me puso entre los pañales tuvo que llevarme a lavar los pecados originales que había cometido no se yo si dentro del útero cuando aún navegaba en plan cigoto buscando mi futuro o en alguna otra galaxia que escapa a mi imaginación.
Después tuve que reafirmarme ante las autoridades eclesiásticas de que no era un puerco asqueroso a través de confirmaciones y mea culpas que me tuvieron ocupado bajo el terror sicológico y físico de los curas durante los que tenían que haber sido los dulces años de la infancia.
A los diecinueve años de edad quise encontrar un empleo y sentir que podía ganar algún dinero y contribuir al bienestar familiar. Error. Nadie me daba un empleo estable porque antes tenía que tener la verde en el bolsillo, cumplir con la patria.
Sin dudarlo dos veces en una de mis caminatas por las calles de Madrid pensando en mi futuro me encontré frente a la puerta de un cuartel y me apunté de voluntario para servir a la patria.
En los dos años que estuve cumpliendo con mi país hice todas las guardias que los enchufados no hacían porque conocían a algún comandante o porque eran asistentes de los oficiales y desde el primer día se convertían en esclavos de sus señoras, que les mandaban a la compra o si eran manitas les arreglaban cualquier problema que tuvieran en casa.
El trato de los suboficiales era deleznable, el sargento de semana se llevaba por la cara linda los botes de cinco kilos de leche condensada supongo que para vendérselos a algún amiguete. Muchos de ellos estaban alcoholizados y mas parecían ratas de cloaca que servidores de la patria.
Y todo esto sin querer hablar de las vejaciones sufridas durante el período de instrucción, porque tampoco quiero llenar el papel de batallitas.
El caso es que aquellos dos años me sirvieron para odiar todo aquel tinglado y renegar de las banderas, los cantos patrióticos y toda esa filfa machista y cabrona de aquellos perros en uniforme.
El último día en el cuartel el sargento que me llamaba " el yeyé " me retuvo la cartilla militar hasta que me cortaron el pelo al cero.
En España uno ha sido siempre culpable hasta poder demostrar lo contrario. A través de mis años de trabajo y creación de una familia he tenido que presentar fes de bautismo, certificados de penales, documentos de identidad, papeles timbrados, pólizas, fotografías, etc, etc, naturalmente como cualquier otro español.
En la segunda mitad de los setenta, muerto ya Franco, salió una ley por la que se podía uno casar por lo civil, pero no era tan fácil para los que fuimos los primeros en intentarlo, me obligaron a renunciar a la fe católica condición sine qua non y nos casaron a mi costilla y a mí en un cuartucho polvoriento lleno de archivos, cutre y tristísimo. Pero aquello fue para nosotros una victoria sobre las instituciones de nuestra jodida patria.
Cuando fui a inscribir a mi hijo en la Plaza Mayor de Madrid, la funcionaria se negó a poner en el libro de registro el nombre que mi mujer y yo queríamos darle y que en aquellos tiempos no era, ni por asomo, nada parecido a Kevin Costner de Jesús. La tía se fue a desayunar y me dejó a mí y a la cola de padres plantados sin saber qué hacer.
A partir de los ochenta comencé a viajar a los Estados Unidos regularmente, en diversas ocasiones me acerqué al consulado español para tratar algunos asuntos. Cada vez que me enfrentaba a alguno de aquellos funcionarios me daba la sensación de que yo era el enemigo y no un ciudadano en busca de consejo o apoyo. Todo eran pegas y obstáculos y como nunca me resolvieron nada positivamente decidí no pisar un consulado español si podía evitarlo.
Para que seguir, desengañado de ésta idea de patria, me puse a pensar en qué era realmente la patria para mí. Y encontré la respuesta enseguida, la patria es el conjunto de mi familia y de mis amigos, la gente con la que hablo por la calle, los bocatas de calamares de la Plaza Mayor o los bares de Cuatro Caminos, los cines con olor a pies, las tascas con menú del día, las caminatas en La Pedriza, la vecina portentosa que uno siempre soñó con follarse pero no hubo manera, mis amigos de Barcelona que me llevaban a la desaparecida Barceloneta a comer bombetas y pollo a l´ast regado con vino del Penedés. Los viajes por Castilla, Galicia, Las Vascongadas, Extremadura, Andalucía y todos los demás rincones de España donde hay acentos e idiomas, cada uno es de su padre y de su madre pero todos están abiertos a los demás vengan de donde vengan.
Durante los años ochenta vivimos felices y comimos perdices, cada uno iba a lo suyo y olvidado el autoritarismo y las viejas rencillas prosperábamos y lo pasábamos bien. Los españoles nos volvimos razonablemente agnósticos y bajamos nuestro nivel en el listón del patriotismo clásico.
Hasta que llegaron éstos capullos de políticos con sus alianzas de civilizaciones, sus oenegés y sus cuotas de ministras a joder la pava y sembrar de cizaña el solar celtibérico creando nacionalismos donde no los hubo nunca, sacando la basura y la tristeza de la ya olvidada guerra civil dejada atrás por todos los curritos españoles, reavivando el odio apagado y tratando de enfrentarnos con el único propósito obsceno de medrar y mantenerse en el poder llenando la andorga a costa nuestra y con el buga oficial a la puerta.
Así que ahora, por arte de birlibirloque también nos quieren destruir éste segundo concepto de patria al que nos aferramos en ésta España de las vejaciones.
Pues, queridos, tenemos que andar listos o nos van a dar bien por el culo. No sólo a los que ya estamos en las clases pasivas si no a los españolitos que vienen, que se topan con todo este tinglado de mierda y a los que una de las múltiples Españas o lo que sean ahora han de helarles también el corazón.
J. L. Medina
San Francisco
6.11.06

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